Sociedad

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"Yo lo único que quería era volver, Malvinas me cambió totalmente la vida"

"Me fui siendo un chico y volví siendo un hombre, un hombre que encontró el valor de la vida"

26 de marzo de 2024

Malvinas Argentinas representa algo más que un nombre para él. Es una experiencia única, irrepetible, que marcó una adolescencia distinta, signada por vivencias que determinaron una mirada diferente de la vida.

Hoy pudo concretar el sueño de una familia, ser padre, quien deseó perpetuar el tiempo a través del nombre de su ser más preciado, su hija Malvina Soledad. Ser Abuelo...

Su casa está llena de recuerdos, de objetos de un inmenso valor, que son parte de su historia, una historia ya escrita, pero nunca imaginada por él.

Con tan sólo 19 años tuvo que enfrentarse a la guerra, sin saber lo que eso significaba, lejos de sus seres queridos, luchando por lo que para muchos, era lo justo.

Su terruño y su gente le devolvieron el reconocimiento merecido a quien defendió la soberanía de nuestras islas.

Hoy recuerda con orgullo cada momento del conflicto, plasmado esto en cada una de las paredes que conforman su hogar.

El "Flaco" nació en Pilar, provincia de Buenos Aires; era el menor de siete hermanos, se quedó con su tío en Olavarría hasta su fallecimiento, poco después su abuela lo lleva a vivir con ella a General Alvear donde se radicó definitivamente.

Es en este momento de su vida cuando el azaroso sorteo de fines de mayo lo pone al tanto que, indefectiblemente, la marina se cruzará en su camino. Es así como comienza, a principios de 1981, a realizar su instrucción militar en La Plata, en el parque Pereyra lraola. Luego fue destinado a la siempre exigente infantería de marina, posteriormente le salió el traslado con destino a Puerto Belgrano, Bahía Blanca, donde estuvo 7 meses aproximadamente, hasta que el comienzo del conflicto de Malvinas lo puso al tanto de que iba a tener la posibilidad de conocer una geografía inhóspita y austral.

Llegó a Malvinas el 6 de abril del año 1982, comandado por un grupo de suboficiales, pertenecientes a la compañía de ingenieros anfibios, quienes se dedicaban a la instalación de trampas, explosivos, pero fundamentalmente a la colocación de minas antipersonales.

Llegado este punto es cuando las preguntas al entrevistado comienzan a recibir respuesta, y las mismas le van dando forma al testimonio de alguien que, de manera verídica y descarnada, nos contará lo que es estar en una guerra.

E. I.- ¿Cómo fueron trasladados hasta ese lugar?

José Luis Cabrera - Hasta ese momento teníamos asiento en Puerto Belgrano, de ahí nos trasladaron a Rio Grande, en un avión de Aerolíneas Argentinas, y de Rio Grande a Malvinas en un Hércules de la Fuerza Aérea.

E.l. -Durante estos primeros instantes ¿tenías conocimiento que ibas a ir a Malvinas?

JL -No, nosotros pensamos que nos íbamos a quedar en el continente. Cuando el dos de abril habían tomado las Malvinas, nos dijeron que íbamos a cubrir la zona de Rio Grande, pero finalmente decidieron que no, estuvimos solamente dos días, de ahí nos fuimos a Malvinas, donde comenzamos con la tarea que nos habían asignado, colocar minas.

E.l. -¿En dónde se asentaron?

JL -El tipo de trabajo que nosotros hacíamos nos impedía tener un lugar fijo. El primer punto fijo fue en la zona del aeropuerto de Malvinas, al este de Puerto Argentino, ahí nos quedamos cuatro días, después nos desplazamos a distintos puntos, Tumbledown, Cerro Dos Hermanas, Monte Harriet, siempre colocando minas.

E.l. -¿La idea era minar todo el acceso por el oeste hacia Puerto Argentino?

JL -Si, aparentemente iban a venir por ahí, como efectivamente después vinieron. Donde no trabajamos mucho fue en la zona del aeropuerto. Toda nuestra actividad estuvo enfocada en la zona del frente de Malvinas (el testimonio hace referencia al flanco oeste de la capital insular).

E.l. - ¿Cuál era el procedimiento de la colocación de una mina?

JL - La mina que nosotros trabajábamos era la mina anti-personal que pesa 500 gramos. Una vez que hace contacto con la persona no la mata directamente, sino que le destroza partes del cuerpo, se utilizan para neutralizar al enemigo y vienen con una espoleta de fogueo; cuando nos decían que teníamos que hacer un campo minado con 15 minas, nos daban 15 espoletas de guerra, yo le sacaba a cada mina la espoleta de fogueo, y después con la espoleta hacíamos un pocito, prolijo; un campo minado se hace con una cuadricula, teniendo en cuenta la posibilidad de tener que levantarlo en algún momento. Esto lo hacíamos los primeros días, cuando después los ingleses empezaron a venir, tuvimos que apurarnos un poco.

El. - ¿Vos habías recibido la preparación acorde para este trabajo?

JL - Si, yo estuve alrededor de ocho meses en Puerto Belgrano, y noche por medio salíamos al campo a poner minas, que no eran minas, sino que eran pedacitos de palos que colocábamos con moto sierras, como si fueran minas, de a poco nos fuimos capacitando para ese trabajo.

E.l. - Más allá de la preparación que recibiste para llevar a cabo ese trabajo, ¿cómo estabas psicológicamente, cómo te sentías?

JL - El primer día fue un día difícil, fue el día del bombardeo, el primero de mayo, yo estaba cerca del aeropuerto y veía que se prendía fuego, en un momento vi que pasaba un avión de reconocimiento, que apenas se sentía, al poco tiempo vinieron seis Harrier, y siguieron bombardeando; ese día se produjeron muchísimas bajas.

E.I. -¿El objetivo de los ingleses ese primer día fue inutilizar el Aeropuerto?

JL -Si, continuamente bombardeaban el aeropuerto, querían impedir la salida desde ahí, adonde llegaban los aviones con soldados, que se quedaban en el aeropuerto durante la noche, ellos atacaban al otro día temprano mientras dormían. Fue ese día, el primero de mayo, cuando empezamos a tener conciencia de todo.

E.l. - ¿Cómo te sentías en ese momento tan difícil, y con sólo 19 años?

JL -No entendía nada, veía como los buques se acercaban y empezaban a bombardear, caían las bombas al lado nuestro, un momento de mucha desesperación e incertidumbre para todos. Después, pasaron los días y nos fuimos acostumbrando, venían los buques y bombardeaban, los aviones pasaban en todo momento, ya no sentíamos miedo.

E.I. - ¿Ustedes estaban a cargo de suboficiales?

JL - Si, yo estaba a cargo, de un cabo primero, de un cabo segundo, y del jefe de la compañía.

E.l. -Sus superiores, en este caso los suboficiales, ¿comentaban algo sobre lo que podía llegar a pasar?

JL -Si, pero muy poco, en general conversábamos entre nosotros.

E.l.-El primero de mayo llega el bombardeo, y al día siguiente el hundimiento del Belgrano, concretamente la guerra había comenzado, ¿qué significó esto para ustedes?

JL -Trabajábamos noche y día, cuando podíamos dormíamos en las trincheras, aunque a veces nos resultaba imposible.

E.l. - ¿Las habían cavado ustedes las trincheras?

JL -Sí, aunque después, nos fuimos del aeropuerto a la zona de los Royal Marines, donde me quedé un tiempo y tuvimos que hacer otra trinchera, y otra más, en el monte Harriet, cerro Dos Hermanas, Tumbledon, toda esa zona. Una noche, mientras estábamos ahí, detrás del regimiento siete de La Plata, los centinelas, pertenecientes a este regimiento, se quedaron dormidos, y los gurkas los degollaron, un error que le costó la vida a muchos de ellos.

E.l. -Por esa zona, en defensa de Monte Longdon, participó el BIM 5?

JL -Sí, ellos son de Rio Grande, un grupo que se destacó mucho en Malvinas.

E.l. -El grupo al que vos pertenecías, ¿llegó a combatir?

JL -Lo que se dice combatir si, el último día, el día de la rendición, que se produce el 14 de junio, ese día entramos en combate, nos llamaron de la compañía porque necesitaban apoyo, en ese momento y en esa zona estaban todos, el avance británico era generalizado, una noche infernal, continuamente tiraban luces de bengala y proyectiles trazantes.

E.l. - ¿Qué pensaste en ese momento?

JL - No pensé nada, quería volver, la inminencia del final estaba cerca, muchas veces antes había tenido esta sensación, una vez estábamos colocando minas y los ingleses nos vieron, y nos empezaron a bombardear, nos replegamos, y nos mandaron una patrulla de comando, cuando dejaron de tirar, nosotros ahí seguimos colocando minas, en un momento nos dimos cuenta que nos estaban rodeando, éramos un grupo de siete y quedamos tres, es ahí cuando mataron a un compañero que estaba al lado mío, nos empezaron a bombardear, lo único que me acuerdo es que me quede atrás de una piedra y nos tiraban con mortero, volaban los pedazos de piedra con balas trazantes, en un momento cuando dejaron de tirar, no sé si él se asomó o qué movimiento hizo, pero le pegaron un tiro en el ojo y murió al lado mío. Cuando me fui de atrás de la piedra volví a la primera línea argentina, que estaba totalmente desordenada, entramos por un lado y salimos por otro, esto desorientó a nuestros compañeros, los cuales cuando entramos a primera línea, nos estaban apuntando, no sabían quiénes éramos nosotros.

E.l. -En ese momento ¿a cuántos kilómetros estaban de Puerto Argentino?

JL -Más o menos a 25, 30 kilómetros en primera línea argentina, lejos, bastante lejos.

E.l. - ¿Estás hablando que esto ocurría los primeros días de junio?

JL -Sí, me acuerdo que en esos días, estando cerca de los royal marine, estábamos en las trincheras, y se nos ocurrió hacer una estufa, era impresionante el frío que hacía, entre 15 y 16 grados bajo cero, la estufa era a leña, y tenía un caño que salía para arriba, en un momento el caño tocó el techo, que al ser de turba, igual que las paredes, cuando se quema no hace llama, sino que hace brasas y humo como el cigarrillo, cuando vieron el humo se dieron cuenta que había una trinchera, y empezaron a tirar, estaban cada vez más cerca, en ese momento, el cabo segundo que estaba a cargo de nosotros nos dijo que nos fuéramos de ahí, y que nos dirijamos a la posición donde se encontraba el jefe de la compañía, pasaron unos minutos y cuando miramos hacia el lugar donde se encontraba la trinchera ya no quedaba nada.

E.l. - ¿La habían volteado?

JL -Si, colocando minas estas muy expuesto, porque ellos no quieren que vos trabajes, son trampas para ellos.

E.l. - ¿Estaban provistos de ropa, armamento y comida?

JL -Sí, el arma que teníamos era un fusil modelo 80, el uniforme que nos habían dado consistía en un overol azul, una gorra, un pasamontañas y medias azules, y la comida, los primeros días, podíamos calentarla con una marmita, que es una cocina de campaña, que era del ejército, la pasábamos a buscar por un punto en común para todos, pero los kelpers empezaron a recabar información sobre este lugar donde retirábamos la comida, y cuando nos juntábamos avisaban a la flota, esta se comunicaba con la aviación, y aprovechaban el momento para bombardear.

E.l.- A partir de lo que contás ¿podes profundizar cómo era la relación con los habitantes de las islas, es decir con los Kelpers?

JL -Yo en general no tuve trato, fui una sola vez al pueblo, en el momento que mataron a mi compañero, y me llevaron para que descanse, después de haber sufrido un momento de nervios y desesperación frente a esa situación tan estresante. Pero mis compañeros que estuvieron ahí, comentaban que la relación no era muy buena, durante la noche los kelpers aprovechaban y le disparaban a los puestos de guardia.

E.I. -Vos comentaste que ya no podían ir a buscar la comida, porque corrían el riesgo de que los bombardeen; a partir de ese momento ¿qué comían?

JL - Empezamos a comer la ración de combate, que consistía en el desayuno, almuerzo, merienda y cena, que venían en lata. Teníamos latas de mondongo, albóndigas, fideos, distintas variedades de comidas, envasadas siempre en latas; lo que usábamos para calentarlas lo armábamos nosotros, era un calentador que venía con unas chapitas y cuatro pastillas de alcohol, que solamente alcanzaban a calentar el fondo de la lata, y después la ración también consistía en una bolsa de caramelos, sobrecitos de mermelada y galletitas.

E.l.-Las raciones de comida a las que vos te referís ¿cómo les llegaba a ustedes?

JL -Pasaban todos los días y se las entregaban a cada uno de los soldados, después vos lo regulabas. La idea no era guardarla, porque no sabíamos si en dos horas ya no estábamos, pero tratábamos de que nos alcance para la noche, en general no pasamos hambre, solo dos o tres días, que eventualmente no contábamos con esa ración.

E.l. -Volviendo a la situación que vos nos contaste, cuando te trasladan al pueblo, para reponerte de ese impacto emocional que sufriste a partir de la muerte de tu compañero, ¿cómo fueron esos días?

JL -Me llevaron al pueblo, y ahí estuve dos días con una crisis de nervios, que no podía controlar, me quería volver, había visto morir al lado mío a un compañero muy querido. Durante esos dos días me trataron muy bien, me pude bañar después de no haberlo podido hacer en 76 días, después volví y me ubique debajo del monte Tumbledwon y ahí ya me quedé.

E.I. -¿A ustedes les habían informado si la estrategia de defensa era copar los montes más cercanos, Tumbledwon, Cerro Dos Hermanas, Monte Longdon? ¿Cuál era la estrategia?

JL -La situación en nuestro caso era distinta, al no tener un punto fijo poniendo minas, un día estábamos en un lugar, y al otro día en otro, íbamos para todos lados. A diferencia de los regimientos siete y cinco, que estaban apostados en un punto fijo de defensa, nosotros cubríamos las necesidades que iban surgiendo, tanto para uno, como para otro, por eso no teníamos orden para atacar.

E.l. -Estamos llegando al final de esta experiencia, que marcó indefectiblemente tu vida, donde tuviste que combatir. ¿Cómo fue ese último día de combate, empuñar un arma y disparar?

JL - Fue un momento de mucha tensión, teníamos granadas y empezamos a tirar, era evidente que las fuerzas eran desiguales, percibíamos que estábamos en franca desventaja; nosotros teníamos cada tres soldados un visor nocturno, ellos tenían el visor en el fusil, también contaban con un sistema que consistía en que cada vez que tiraban un misil, el proyectil buscaba la boca del cañón del fusil tuyo, atraído por el calor. Constantemente se evidenciaban estas ventajas de ellos por sobre las nuestras. Cuando atacaron por primera vez, los que atacaron fueron los gurkas, los nepaleses; si bien contaban con armas de fuego, atacaban mayormente con cuchillos; a los heridos de ellos no los llevaban, los mataban directamente, así que imagínate lo que hacían con los heridos argentinos, y detrás de ellos venia la infantería real, y después los ingleses.

E.l. - Esos 76 días que estuviste en Malvinas, tus angustias, tus recuerdos, tus ganas de volver, ¿cómo lo manejaste?

JL -Yo lo único que quería era volver, el lazo afectivo más fuerte que tenía acá, en General Alvear, era mi abuela, y quería volver para estar con ella. Cuando me fui tenia 19 años, y te puedo asegurar que volví con 30; el haber estado en Malvinas me cambió la vida totalmente, fue una experiencia que sirvió para revalorizar la vida, la familia y los afectos.

E.l. - ¿Cómo fue la rendición, estaban preparados para ese momento?

JL -La situación ya era insostenible. Nos replegamos en Tumbledown, donde estaba yo, y a partir de ese momento nos fuimos caminando todos para Puerto Argentino, y de ahi, al pueblo, llegamos al mediodía. Nos alojaron en una escuela, esperamos en ese lugar hasta que llegó el comandante de las tropas británicas, Jeremy Moore y hablo con Mario Benjamín Menéndez, gobernador de las islas.

E.l. -¿Estuviste cerca de esa conversación?

JL -No de la charla, sí de la situación. Estábamos todos en una escuela, imagínate que éramos muchísimos, de ahí nos mandaron a todos los argentinos para el aeropuerto de Malvinas, durante el trayecto mientras llegábamos, en una zona cercana, pasábamos y tirábamos el armamento.

E.l.- Esto lo hacían custodiados por los propios ingleses ¿Qué te generaba ver al soldado inglés?

JL -Quería que se termine todo y volver.

E.I. - ¿En ningún momento quisiste seguir combatiendo?

JL - No, ya no se podía sostener, era mucha la diferencia. Finalmente nos fuimos al aeropuerto, tiramos las armas, y estuvimos dos días ahí, ya estábamos rendidos, en total fueron seis días, dos en el aeropuerto de Malvinas y cuatro en el pueblo.

E.l.- ¿Donde estuvieron prisioneros?

JL - En el aeropuerto, donde hubiese lugar, teníamos las mochilas y la ropa que nos quedaba. Después nos llevaron al pueblo y estábamos todos los soldados argentinos en dos galpones muy grandes, ahí nos tenían encerrados, nos sacaban a cocinar en grupos de quince o veinte aproximadamente.

E.I. - ¿Cómo era el trato?

JL -De los cuatro días que yo estuve ahí, salí una sola vez a trabajar de noche, ellos de noche nos sacaban a comer y después nos volvían a encerrar, y más tarde entraban con linternas y si te veían dando vueltas te llevaban a limpiar al pueblo, a mí una vez me encontraron en esa situación y me sacaron para hacer limpieza en el pueblo con otros compañeros. No solo nos trataron muy bien, sino que hablaban con nosotros, con algunos soldados que conocían el idioma, y comentaban que desconocían el motivo de la guerra.

E.l. - Durante estos días que estuvieron en el pueblo, prisioneros, ¿sostenían algún tipo de conversación entre ustedes?

JL -Sí, no muchas, estábamos esperando que nos vengan a buscar, no sabíamos que iba a pasar, la mayor parte del tiempo nadie comentaba nada, se vivía un clima de permanente angustia, hasta que el sexto día, nos llevaron a Ushuaia en el buque Almirante lrizar y estuvimos seguros.

E.l. - ¿De Ushuaia fueron a Puerto Belgrano?

JL -Si, primero nos trasladamos de Ushuaia a Rio Grande en un Fokker de las fuerzas armadas, y después de Rio Grande en otro Fokker, también de las Fuerzas Armadas, a Puerto Belgrano. Ahí estuvimos casi un mes; durante estos días no nos dejaban salir ni hablar por teléfono, no podía comunicarme con mi familia en ningún momento, ellos pensaban que estaba desaparecido, y nosotros sin saber en qué situación nos encontrábamos, queríamos que nuestros superiores nos informen algo, pero lo único que nos decían era que no nos dejaban salir por miedo a que nos agarren. A los veinte días, más o menos, cuando me dieron un franco local de viernes a domingo, me vine para acá, a General Alvear, no me acuerdo de donde saque plata pero me fui, y cuando llegue, en micro, a las dos de la mañana, imagínate la emoción de mi abuela que no sabía nada.

E.I.- ¿Extrañaste en algún momento el lugar, las Malvinas?

JL -Si te digo que sí, te miento, pasamos momentos muy difíciles.

E.l. - Cuando te fuiste de General Alvear siendo tan joven, ¿dejaste amigos, conocidos, había alguien de acá en Malvinas?

JL -No, de General Alvear fui el único. Sí conozco dos personas que estuvieron. Uno civil, que era el jefe de la telefónica en Malvinas, porque cuando tomaron la isla se puso una planta de telefónica y él era el jefe de ahí, y la otra persona estuvo como refuerzo cuando el Capitán Giachino tomó Malvinas, como no pasó nada, volvió al continente y se quedó ahí y nunca más apareció.
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E.l. - Llegas a General Alvear, después de esta experiencia, y ¿cómo te vinculas con el Servicio Penitenciario?

JL.Antes de irme para Malvinas, trabajaba en un aserradero. Cuando volví, seguí trabajando ahí un tiempo más, hasta que el intendente de General Alvear me mandó a llamar, y me ofreció trabajo en varios lugares de acá, en el pueblo; y elegí el Servicio Penitenciario, me decidí por la Unidad 14, creo que elegí bien. Llevé la carta de presentación en mano a la jefatura del Servicio, en ese momento estaba como Jefe del Servicio el Coronel Guillén, me hicieron la postulación personalmente, a la semana entré al Servicio.

E.l.- ¿El mismo del año del conflicto con Malvinas?

JL -Sí, ingresé al Servicio Penitenciario a mediados del año 1982. Durante toda mi carrera penitenciaria estuve en la unidad 14 de General Alvear, después salió una ley que contemplaba que, al cumplir con veinticinco años de servicio y 45 años de edad, por haber estado en Malvinas, podía jubilarme. Es así como presenté la solicitud y me jubilé; ahora ya hace un año que estoy jubilado.

E.l. -¿Encontraste alguna vinculación, en lo que se refiere al trato con el personal, con los superiores, con tus pares, en lo que fue pertenecer a la infantería de marina y pertenecer al servicio penitenciario?

JL - En el Servicio Penitenciario, al igual que en la infantería de marina, había mucho respeto, hacia los superiores y hacia nuestros pares, te hablo del Servicio Penitenciario de esa época. Nunca tuve problemas. En mi caso el respeto tenía que ver también, por ser ex combatiente, siempre cumplí mucho, empecé con un horario de 24 horas de servicio por 48 horas de franco, hasta que salió una ley que debíamos cumplir 30 horas semanales, y pude acomodar los horarios porque yo vivía muy lejos, y se me dificultaba ir todos los días.

E.l. -Actualmente, ¿participas de reuniones, con los que fueron tus compañeros más cercanos, en ese momento, hoy ex combatientes?

JL - Sí, tenemos encuentros una vez al año, en distintos lugares, en la F.A.P.A, donde hicimos la colimba, en Puerto Belgrano, en Tandil, y en Mar del Plata aunque a esta última no pude asistir.

E.l. - ¿Te dejó alguna enseñanza ese paso por las lslas Malvinas?

JL-Sí, todas las experiencias en la vida te dejan algo, aunque yo vengo de una familia muy humilde, al hambre y al frio ya estaba acostumbrado, ya la vida me había empezado a golpear durante mi infancia, y esos golpes se profundizaron más aún en la guerra. Crecí mucho casi sin darme cuenta, me fui siendo un chico y volví siendo un hombre, un hombre que encontró el valor de la vida, a través de esas pequeñas cosas que vivimos cada día.

Tal vez estas palabras finales de José Luis no merezcan que le busquemos otro cierre al testimonio.

Gracias.

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